sábado, 20 de diciembre de 2008

Obama, la gran esperanza... ¿de qué?

Los días siguientes a las elecciones del pasado 4 de noviembre los comentaristas coincidían en valorar como un acontecimiento histórico la elección de Obama. Para muchos era como la realización de un sueño. Y no solo por el color de su piel, sino porque encarna la esperanza de que su mandato suponga un auténtico cambio en la política de los Estados Unidos. A Obama, en definitiva, se le ha configurado como un símbolo de cambio.


Pero, ¿de qué clase de cambio? Desde luego, todo el mundo espera que sea capaz de enderezar la economía tras la enorme crisis financiera que se ha desencadenado. Y, por otra parte, se confía en que sustituya la política militarista de Bush por otra más basada en la cooperación y el diálogo con el resto del mundo. Ambas cosas son muy importantes. Para todos es crucial que las resuelva bien. Pero, ¿es eso todo lo que se espera de Obama? Obviamente, no. De él se espera más, aunque no esté claramente definido el qué. La aureola, casi mítica, con la que ha sido elegido, parece apuntar más bien a la ancestral esperanza de hacer que este mundo sea más justo y habitable. Se supone que cuando sus medio paisanos de Kenia festejaban su elección era porque confían en que sus vidas mejorarán con él al frente de los Estados Unidos. Por tanto, lo que muchos esperan de él es que sea capaz de lograr un cambio histórico. Por eso, quizás sea este el momento de definir en qué debería consistir ese cambio.


Cuando ya apenas quedan ideologías capaces de teorizar sobre ello de modo convincente, ¿alguien sabe darle forma al futuro con el que sueña la humanidad? ¿Acaso la humanidad sueña con algún modelo de sociedad distinto del actual? Es posible que no, pero eso no significa que la gente esté satisfecha. Por ello, por el deseo de hacer evolucionar este modelo de sociedad hacia algo mejor, es por lo que, en mi opinión, se han depositado tantas esperanzas en Obama. Y él tiene la responsabilidad de intentar esa aventura. De andar y de hacer el camino al andar, como decía el poeta.


Por otra parte, tampoco es tan difícil imaginar por dónde habría que avanzar. La eliminación de la pobreza, del hambre, de las enfermedades, del analfabetismo... son objetivos que están ahí desde siempre, que claman por una acción política decidida. Son los objetivos que garantizarían la supervivencia. Pero, para aquellas áreas del mundo que, prácticamente, ya han resuelto esa situación, ¿es suficiente con eso? ¿No es necesario abordar otro tipo de cambios? Si nos pusiéramos a soñar con una sociedad mejor, ¿qué les pediríamos a nuestros gobernantes? Por ejemplo, ¿no podríamos analizar qué cosas tendrían que cambiar para reducir los actuales niveles de frustración, de insatisfacción, de desamor o como se le quiera llamar? No es tan difícil. Bastaría, por ejemplo, con examinar por qué en nuestro mundo desarrollado, en el tipo de sociedad que toman como modelo los países que ansían salir de la pobreza, en esto que llamamos la "sociedad del bienestar", el consumo de drogas no cesa de aumentar, o por qué el estrés, el recurso a los antidepresivos y a los psicólogos es cada vez mayor; o por qué el índice de suicidios es mucho mayor justamente en los países con mayor "bienestar". Ya sé que un cambio de esta naturaleza excede con mucho a las posibilidades de una persona, por muy poderosa que ésta sea. Ya sé que un cambio así requiere implicar a toda la sociedad, incluso a todo el mundo. Pero, el Presidente de los Estados Unidos sí podría liderar el proceso que impulsara ese cambio.


¿Por qué los líderes de los países más avanzados no impulsan un proceso como éste? ¿Por qué no proponen medidas políticas que ayuden a las personas a sentirse más satisfechas con su vida? Quizás ni siquiera sepan cómo hacerlo. ¿Y los demás? ¿Sabemos qué hay que hacer? ¿Sabemos, acaso, concretar qué esperamos de nuestros gobernantes, qué querríamos que hicieran para que nos sintiéramos ilusionados con su forma de gobernarnos? ¿Sabemos qué nos gustaría que cambiara de la sociedad en la que vivimos? ¿Somos capaces de soñar cómo debería ser un mundo en el que la afectividad, la solidaridad y la generosidad, no se vieran supeditadas y marginadas por la competitividad y la mercantilización? Un mundo en el que, por ejemplo, se promoviese el desarrollo de las potencialidades que cada uno de nosotros llevamos dentro, en lugar de imponer un darwinismo social que deja a legiones de "fracasados" en la cuneta; en el que no hubiese lugar para el pensamiento único y dominante porque las nuevas ideas fueran recibidas como factores de estímulo creativo y de liberación, en el que se potenciase la diversidad en lugar de la homogeneización, en el que quienes tienen el poder no impusieran a los demás sus doctrinas y credos.


Se dirá que todo esto es pura utopía, que está fuera del alcance de los políticos. Pero, esa no es la cuestión. En el fondo, lo que se está planteando es si nos tenemos que resignar a que este modelo de sociedad sea el máximo al que la humanidad puede aspirar, para el resto de su historia, o si, por el contrario, podemos aspirar a construir nuevos modelos que nos permitan seguir avanzando hacia un mundo progresivamente mejor. Si es lo segundo, entonces no cabe duda de que serán necesarios muchos cambios, pero, para empezar, es fundamental que salgamos de ese aletargamiento, entre resignado y conformista, en el que nos hemos instalado (haciéndonos, por cierto, cómplices de la situación) y señalemos todo aquello que no nos gusta de nuestra sociedad y que creemos que debería cambiar. La rebeldía intelectual, la crítica y la transgresión ante las innumerables verdades y bondades convenidas es una condición necesaria para avanzar hacia algo que, si queremos que sea realmente mejor que lo que tenemos, tendrá que ser realmente distinto. El miedo al cambio, a perder algunas de nuestras ventajas y privilegios, es lo que más se parece a la famosa expresión del "opio del pueblo", con la que los comunistas de principios del siglo XX descalificaban a las religiones. Pues bien, en mi opinión, la religión que más devotos tiene, en la actualidad, la que más merece esa vieja descalificación, es esa que tan bien refleja el dicho español de "más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer". Y si no estamos personalmente dispuestos a cambiar esa actitud, ¿con qué derecho nos declararemos decepcionados con Obama cuando veamos, en los próximos meses o años, que él tampoco ha estado dispuesto a cambiar esa actitud?


21 de diciembre de 2008