
Vamos a ver, un órgano que se va a trasplantar solo sirve si está vivo, porque, de lo contrario, no funcionaría. Y, sin embargo, se supone que, a quien se lo quitan ya está muerto. Ahí surge mi primera inquietud: ¿Puede una persona estar muerta y, al mismo tiempo, mantener vivos algunos de sus órganos más importantes? Y si hay órganos importantes vivos, ¿cómo se sabe que la persona está muerta? Más aún: ¿Cómo se sabe cuando una persona está muerta irreversiblemente? ¿Realmente, en qué consiste eso de “estar vivo”?
Ya sé que, normalmente, cuando una persona está viva, hay una serie de aspectos de su funcionamiento biológico que pueden ser medidos y que, en base a ello, los médicos toman sus decisiones. Creo que a eso se refieren cuando hablan de las “constantes vitales”. Sin embargo, también sabemos que hay muchos aspectos del funcionamiento de nuestra vida que la ciencia sigue, en gran medida, ignorando. Así, por ejemplo, cuando los científicos hablan de los principales atributos que tenemos los seres humanos, suelen referirse a la consciencia como el más importante y, sin embargo, apenas se sabe nada sobre ella. No es que lo diga yo, es que hay un montón de literatura científica que lo reconoce así. Ni se sabe lo qué es, ni en dónde está. Y, sobre su funcionamiento, es muy poco lo que se sabe, incluso en sus manifestaciones más habituales. Por tanto, es muy posible que pueda haber otros “niveles” de su funcionamiento que estén pasando completamente desapercibidos a nuestros médicos. Con este estado de conocimiento de la ciencia nadie se puede creer que los médicos estén en condiciones de saber cuál es la utilidad real de la consciencia y a partir de qué momento ha dejado de ser “útil”. Vistas así las cosas, yo no me creo que las mediciones que suministra la tecnología médica sobre este aspecto de sus pacientes puedan reflejar adecuadamente la realidad de lo que está pasando.
Entonces, si los científicos le reconocen a la consciencia ese “protagonismo”, ¿cómo se puede asegurar que una persona ha dejado de estar viva si apenas se sabe nada sobre lo que le está sucediendo a ese nivel, sobre si la ha perdido irreversiblemente o si, incluso, puede volver a reactivarse? Y, desde luego, historias clínicas serias, y bien documentadas, de personas dadas por clínicamente muertas y luego recuperadas, las hay por todas partes.
Esto es fundamental para lo que hablamos. Porque,

El problema, además, es que si no se sabe en qué consiste la consciencia, tampoco se puede saber qué incluye ese concepto ni qué consecuencias tiene pasarlo por alto. Por ejemplo, si es lo que más nos define como seres humanos, ¿se puede descartar, así, sin más, que ese alma del que tanto hablan las religiones sea una realidad asociada, de alguna manera, a esa consciencia? ¿No podría suceder que todo lo que pudiera haber asociado a esa especie de “caja misteriosa” que llamamos consciencia tuvieran cosas importantes que hacer en los estados de aparente inactividad biológica que los médicos asocian con la muerte? Y, llegados a este punto, me surge también el tema de la muerte.
Es obvio que la ciencia no tiene ni idea de qué es lo que sucede tras la muerte. No lo sabe nadie.

Viéndolo desde esta perspectiva, a mí me alarma comprobar con qué facilidad despachamos ese tipo de cosas que están tan estrechamente ligadas con la vida y con lo que nos hace humanos. Da la impresión de que, cuando nos hemos acostumbrados a las ventajas sociales que una determinada práctica médica genera, ya no queremos indagar más. Pero no querer saber no exime a nadie de responsabilidad.
Por todo esto, mientras no se aclaren estas cuestiones, yo no pienso donar mis órganos.