lunes, 5 de enero de 2009

¿Y qué culpa tiene Bolonia de nuestra incultura?

Sin que se sepa bien por qué, la juventud de Grecia se ha lanzado a la revuelta, y se teme que el contagio se extienda a España, Francia e Italia.
Los entendidos dicen que es porque están contra el proceso de Bolonia y contra la supresión de la formación humanística y la "mercantilización" de la enseñanza universitaria; que están contra los sueldos mileuristas que les esperan y contra los precios disparatados de los pisos; en definitiva, que están hartos de un sistema social que les ofrece un futuro desalentador.


No tengo yo tan claro que el proceso de Bolonia, por el cual se pretende "armonizar" las titulaciones universitarias en Europa, implique todo eso, pero desde luego a mí también me parecería una barbaridad que se suprimiera la formación humanística. Claro que, primero, nos tendríamos que poner de acuerdo en lo que entendemos por formación "humanística". Si esa que pretenden proteger los de la protesta anti-Bolonia es la que consiste, por poner algún ejemplo, en que nos aprendamos la Prehistoria como una verdad incuestionable, inamovible hasta que los gurús académicos tengan a bien introducir el enésimo cambio (demostrando, dicho sea de paso, la falsedad de la verdad vigente hasta ese momento); o en que estudiemos Filosofía para conformarnos con saber lo que pensaron las gentes ilustradas del pasado, pero sin enseñarnos a aportar nuevas ideas al presente. Es decir, si hablamos de una formación que nos limita a convertirnos en almacenes de datos para luego repetirlos como simples papagayos, a mi no me importaría tanto que se la cargasen. Porque, planteado así, que es como yo creo que está concebida, en gran medida, la formación humanística, no sólo nos sirve para bien poco sino que, además, tapona, impide avanzar hacia el tipo de formación que de verdad necesitamos.


A mí no me cabe duda de que, mientras nuestra sociedad se siga basando en un modelo en el que la economía tenga que crecer continuamente y en el que, para ello, sea necesario que vayamos teniendo más empresas con alto nivel tecnológico y con una capacidad competitiva creciente, seguiremos necesitando que haya más técnicos y mejor preparados. Pero, en mi opinión, además de una buena formación científica y tecnológica, necesitamos que a la gente se la forme también para que sean capaces de analizar críticamente las situaciones que les rodean; para que sean profunda y valientemente creativos; para que tengan el espíritu de aventura, de transformación de la realidad, de asumir riesgos, que les anime a construir alternativas y a impulsar cambios constantes, no solo en el mundo de la empresa sino también en todos los ámbitos de nuestra sociedad; es decir, para que sean capaces de ver, de distinguir, hacía dónde debería caminar la sociedad y de sentirse dispuestos a trabajar en ello. Gente, en definitiva, de la que puedan llegar a salir esas elites intelectuales y dirigentes que cualquier sociedad necesita para avanzar.


Por cierto, ¿alguien sabe dónde están las elites intelectuales y culturales capaces de compararse con aquellas que hubo en España, sin ir más lejos, allá por los años 20 ó 30 del siglo XX? ¿Acaso creemos que se están formando en nuestras universidades, en esas universidades que tanto protegemos? ¿Acaso creemos que, por el simple hecho de multiplicar los presupuestos de las universidades, tendremos más y mejores de esas elites?


Yo, la verdad, no veo ninguna preocupación por dar este tipo de formación a nuestra juventud. No veo a nadie que salga a la calle reclamándolo. Pero, lo que es aún peor, creo que, en el fondo, a las estructuras dirigentes, públicas o privadas, al poder, en definitiva, no le interesa que haya mucha gente capaz de decirle, con argumentos sólidos y bien fundamentados, que por aquí vamos mal, que habría que enfocar las cosas de un modo muy distinto. Que el modelo de sociedad hacia el que deberíamos avanzar tendría, entre otras muchas cosas, que estimularnos a ir sustituyendo nuestro inmovilismo, nuestros tics defensivos, nuestros miedos, en resumidas cuentas, por el afán de aventura, de búsqueda de nuevas verdades, por relativas y siempre provisionales que éstas fueran. Que tendría que ayudarnos (o, al menos, no ponernos trabas) a desarrollar activamente las capacidades que todos tenemos, tanto las que vislumbramos como las que incluso ignoramos, en lugar de que creernos que cada uno de nosotros sólo es como está, y que a duras penas podemos cambiar. Que tendría que animarnos a ir reemplazando nuestro individualismo egocéntrico por actitudes de generosidad, de solidaridad y de afecto por nuestros semejantes, que ayuden a entender que no hay soluciones si éstas no incluyen a todos.


Y en cuanto a la juventud que protesta por las calles, ¿es que quieren, realmente, salir de las cuatro cositas que les interesan en la vida? Si les dieran trabajo bien remunerado y piso gratis, ¿se les acabaría la angustia? ¿Les preocupa ampliar sus horizontes vitales, descubrir que la vida les ofrece más posibilidades, y mucho más interesantes, de lo que aparenta la cotidianidad en la que chapotean a diario? ¿Buscan, acaso, alguna fórmula que les impulse a descubrir toda la realidad que se oculta tras la superficialidad en que se ha instalado nuestra sociedad? ¿O solo buscan instalarse confortablemente en esa superficialidad, mimetizando las mismas actitudes miopes que hemos tenido quienes les hemos precedido en el tiempo?


Para mí está claro que éste no es solo un problema de la juventud, sino que nos afecta a la gente de todas las edades. Y es un problema grave, porque cuando descubrimos, al cabo de no sé cuántos años, que nuestra vida es un aburrimiento, que básicamente es una repetición de lo mismo, ¿qué hacemos, entonces? ¿Ir más veces a pasar la tarde al centro comercial, a cenar al restaurante de moda, a ver la última película americana, a hacer el turista por ahí, o qué hacemos?


La actitud con la que cada cual enfoque su vida es cosa de cada uno y depende, fundamentalmente, de uno mismo; pero la educación, sí podría servir para aprender a investigar, a hacerse preguntas y a explorar en sus respuestas lo que se esconde tras las apariencias; en fin, a buscar en lugar de tragar y aceptar, mansamente, todo lo que nos cuentan. Con una educación así, tendríamos muchos más buscadores e innovadores, y muchos menos aburridos y resignados, y eso es lo que necesitamos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo contigo en la insatisfacción profunda que produce este modelo social competitivo y mercantilista, y el cada vez mayor grado de frustración e infelicidad que produce.

Pero cuando hablas de la formación humanística como enseñante de procesos de reflexión y desarrollo crítico y no de memorización, cuando te refieres a la necesidad de que el modelo social nos tendría que ayudar a superar nuestros miedos y desarrollar nuestras capacidades, enseñar a investigar, a hacernos preguntas y a ir más allá de las apariencias de la llamada realidad, a mí se me va la mente, no a las protestas que Bolonia está generando, sino a lo que permanentemente se nos dice que intenta el Ministerio de Educación y ahora las correspondientes consejerías: dar respuesta (?) al modelo social desde una educación que desgraciadamente está permanentemente sometida a los vaivenes de las ideologías que imperan en cada momento. Me remito a las “luchas” por las distintas leyes educativas que hemos venido padeciendo en los últimos años.

Y es que yo pienso que hay un tramo de la educación, que es básico y fundamental y con una gran trascendencia que es el de los más pequeños. En este sentido me encantó la reivindicación de la importancia de los maestros de enseñanza básica que Fernando Savater hace en su libro ‘El valor de educar’, cuya lectura te recomiendo porque es muy interesante. Pero claro, es que los bebés de guarderías y los niños de enseñanza primaria o como se llame ahora, no se pueden manifestar porque son pequeños, aunque una escucha atenta nos diría bastante claramente lo que quieren y sobre todo lo que no quieren.

Así pues son las personas idóneas para ser domesticadas y hacerlas tragar el modelo social tal como lo estamos perpetuando los mayores. ¿Qué pretendemos que hagan estos niños cuando sean jóvenes?
Desde esas edades se pueden empezar a desarrollar las capacidades de investigación muy fácilmente porque el niño es un interrogante permanente y una esponja ávida de descubrimientos. Sólo los niños nos muestran clara y abiertamente nuestras incoherencias y nuestras ambigüedades.

A su vez todo esto implicaría unos profesores que en vez de plantear una educación sobre supuestas “verdades” que les hacen sentirse seguros a ellos, se instalaran en la incertidumbre, supieran convivir con ella y fueran capaces de incorporar incluso las preguntas sin respuesta de las que hay muchas en esta vida. Y quizá los exámenes no deberían consistir siempre en preguntas que hay que responder sino en textos sobre los que hay que interrogar.

Ahora bien, ¿quién es el guapo maestro que es capaz de reconocer su ignorancia, su duda y su incertidumbre para investigar con el alumno?. Habría que ser valiente y no tener muchos miedos. A lo mejor tampoco se trata de esto, no lo sé.

Me pregunto si no tendríamos que cuestionarnos la validez de la escuela como institución, quizá habría que plantearse otro tipo de sistema para enseñar a los niños. Claro que esto implicaría otro modelo social que lo permitiera, y otros políticos que “supieran y quisieran” no manipular en estos temas y que la educación no estuviera supeditada a los manejos de la ideología imperante en el gobierno. Vamos, la pescadilla que se muerde la cola. También sería importante que tuviéramos la conciencia de que la educación de cada niño es competencia de toda la tribu.

Y no hablemos del papel que los medios de comunicación, sobre todo la televisión, tienen en el machaque de la población. No hay más que ver sus contenidos.

Con todo esto y otras muchas cosas más ¿qué juventud profunda, buscadora, generosa y solidaria queremos tener?. Claro que si a esos jóvenes que ahora protestan, se les diera expectativas de buen trabajo y piso aunque no fuera gratis, no abrirían la boca….hasta que les surjiera ese aburrimiento vital que nace al amparo del desarrollo económico y las necesidades super-cubiertas.

Pero los que estamos aburridos….¿protestamos, nos movemos para intentar que las cosas cambien?
¿Y qué hacer con la impotencia que produce la consciencia de todo esto cuando te das cuenta de que el único campo de transformación posible es uno mismo y eso parece que sigue sin alcanzar al orbe?. ¿O soy muy pretenciosa?, porque no tengo ni siquiera la capacidad de saber discriminar si un posible “bien” hoy es un “horror” en el futuro. Aún así habría que arriesgarse.

Yo no sé cuál es la fórmula, pero si la encuentras, avisa por favor.

Vesta